El caballero de Paris

Las ciudades, mas allá de su arquitectura y paisajes, se embellecen con sus habitantes. Ninguna luz puede iluminar mas a Buenos Aires que la estrella de Anibal Troilo. Cadaques es mucho mas linda con Dalí.
Hay almas que humanizan las ciudades.
Por los años mil novecientos cincuenta y por las calles de La Habana, con su embrujo seductor, vieron pasearse a este personaje dantesco, de mediana estatura, cabellos largos, castaño oscuros, barba desaliñada, de porte gallardo, siempre vestido de negro con su capa larga que ondeaba al viento a su andar. Siempre cargaba su cartapacio donde guardaba sus tesoros imaginarios y tarjetas, coloreadas por él mismo, que obsequiaba a los transeúntes. La Quinta Avenida, el Parque Central, la Plaza de Armas, eran lugares donde solía pasarse horas recitando versos o contando historias principescas a quienes las quisiera oir. Este caminante alucinado, no pedía limosnas, sino que aceptaba ayuda de personas conocidas de él. Nunca fue violento ni grosero, al contrario, era un hombre muy gentil y bondadoso.
Podríamos decir que quizás quería olvidar cosas muy tristes y la locura fue un escape apropiado que su mente enajenada engendró. Mucho se ha escrito sobre el origen de este personaje inolvidable, José María López Lledín, El Caballero de París. Pudiéramos decir que nació con el siglo veinte, ya que se dice que nació el 30 Diciembre 1899 en la aldea de Vilaseca, a 29 kilómetros de Fonsagra, provincia de Lugo, España, que llegó a la Habana en 1913 a la edad de 14 años, su familia que consistía de 11 hermanos y hermanas, una de las hermanas aun vive en Oviedo (España) y tiene 91 años. Dicen que arribó en el vapor “Valvanera”, que naufragó en las costas cubanas a principios del siglo XX, hecho que quizás motivó su demencia. También se habla de que al ser acusado de un crimen que no cometió fue tal su tristeza que perdió la razón. Lo que sí sabemos es que, este legendario caminante que regalaba rosas a las damas y plumas y tarjetas de colores, fabricadas por él mismo, que iba por las calles contando historias principescas , adorno la estampa cotidiana de la capital cubana de esa época. En 1977, el que se denominara a sí mismo como “El Emperador de la Paz”, fue internado y en el Hospital Siquiátrico National de Cuba, en Mazorra, en las afueras de la Habana, donde murió en el verano del año 1985 a la edad de 85 años. Sus restos descansan en el cementerio Santiago de las Vegas en la Habana.